ENTRE LA INJUSTICIA, LA MALDAD Y EL ERROR

Juan Ramón Martínez.

de profundis

de profundis / the depths of sorrow In sadness, silence and solitude : mourning women, cemetary of Mechelen, Belgium

Asesinar a Gustavo Alfredo Landaverde, además de un crimen deleznable, es un error por parte de quienes ordenaron su ejecución. En términos mediáticos, han recibido el rechazo generalizado de la población. No han provocado el pánico que habían esperado de parte de los críticos de la policía que, antes que amedrentarse, mas bien han apresurado el paso, convencidos que esa muerte injusta es una prueba que están tocando nervio y afectando a los responsables por la colocación de la institución al servicio de la ilegalidad. En vez de frenar la intervención externa, ésta ha tomado fuerza desde que se cometiera este crimen en contra de un hombre solitario e indefenso, que no hacía más que velar porque la Policía no siguiera precipitándose en la ignominia. Y que sus oficiales no perdieran del todo, el respeto y la confianza de la ciudadanía.

No faltan los que atribuyen este delito infame a la delincuencia común para atribuirle la culpa a la Policía. Inexperto cómo soy, me cuesta digerir que la delincuencia común tenga una cabeza que pueda pensar, organizar y ejecutar este tipo de cosas. Por supuesto, todos sabemos lo fácil que es contratar un sicario en estos tiempos de pobreza. Informantes de mi confianza, me han dicho que hay gente que está dispuesta a ejecutar a una persona en particular por una cantidad ínfima que no supera los dos mil lempiras. Pero con todo, creo que el crimen apunta hacia los que de alguna manera – desmesurada porque Landaverde no era un hombre tan bien informado, a nivel de detalles, sobre el comportamiento delictivo de los altos funcionarios policiales – se sintieron amenazados, especialmente sobre sus últimas declaraciones referidas a la penetración del crimen organizado en el interior de la Policía y de una supuesta lista, misma que dicen que está en manos del Presidente Lobo Sosa. La respuesta criminal en contra de Landaverde puede prevenir de algunos de estos extremos.

Tanto por la vulnerabilidad del fallecido como por el enojo que debió haber provocado en personas para las cuales el delito se ha convertido en una forma de vida y en un estilo en el que lo que priva es el engaño a la ciudadanía. Y porque de repente, sobrevaloraron la supuesta información que nosotros nos negamos a aceptar que Landaverde haya tenido en su poder.

Landaverde era un comunicador nato. Sabía decir cosas como para generar titulares en la prensa escrita. Y contaba con la imaginación y la precisión boca bular para hacer declaraciones en la Televisión que llamaban mucho la atención del público. Y que de repente, ponía a temblar a los que sabiéndose culpables, creían que cada vez que hablaba, daría nombres de los implicados, mencionando en lugar destacado los suyos. No creo que haya tenido más información que la que dispone todo el mundo. Tanto entre los policías que se mantienen alejados del delito, como la información que en su momento debe haber filtrado Óscar Álvarez cuando se refirió a doce altos oficiales, implicados en delitos de alto calibre.

Además, Landaverde debió haber sabido de primera mano, debido a sus relaciones de muchos años con oficiales altos y medios de la Policía, los mecanismos de desprestigio mutuo que los miembros de la institución usan para descalificar a sus compañeros. Porque una cosa es obvia: en la Policía no solo se ha incurrido en el delito, sino además, se ha caído tan bajo que la chismografía entre unos y otros, se ha impuesto de manera ratonil.

La conclusión a la que quiero llegar es que el crimen de Landaverde, además de ofensivo para la dignidad y el honor de la sociedad que no puede proteger a los miembros suyos que desean expresarse en forma libre, fue una tontería y una estupidez en términos prácticos. La presión de la ciudadanía aumentará, no acobardarán a nadie. Y mucho menos a los que, en forma silenciosa y sin darse color, son los que manejan la información sobre los actos de corrupción de los miembros de la Policía y de los narcotraficantes socios suyos.

El error cometido, asesinando a un hombre útil para prevenirnos pero que no tenía la información que supusieron, tendrá fatales resultados para sus nerviosos autores que, en vez de arrepentirse, seguirán con arrogancia, amenazando; e incluso, asesinando a otras personas que crean que les pueden hacer daño. 

Fotografía: Eddy Van 3000 AttributionShare Alike Some rights reserved

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